Uno siempre ha pensado que eso de pagar por tener sexo es lo más similar que puede darse a jugar un partido de tenis y pagar por ganar. Que pierde buena parte de la gracia, quiero decir. Por eso entiendo la prostitución como un servicio para quienes no tienen posibilidad de cubrir determinadas necesidades de otra forma.
No: no puede decirse que un servidor sea un Casanova ni que, como un marinero, tenga una en cada puerto y otra más en alta mar, por si se presenta una urgencia. Más bien al contrario: ligo menos que la gata del Vaticano. Pero tampoco he necesitado, al menos hasta el día de hoy, los servicios de determinados negocios.
Es por esto que me he quedado más bien sorprendido cuando he visto, en una nota de prensa, como a dos “establecimientos de alquiler de habitaciones por estancias cortas de tiempo” (que así le llama su dueño a lo que, en un lenguaje menos socialmente correcto e infinitamente más claro se llaman puticlubes, o puticlús, según el nivel cultural de quien los mencione) les han concedido el certificado de calidad ISO 9001.
La vida rosa y la perla negra. Imaginativos, los nombres
“La vie en rose” y “La perla negra”, se llaman los locales, pertenecientes al grupo empresarial llamado como el primero de ellos, que han solicitado y se les ha concedido el distintivo máximo de calidad, la ISO9001.
Me parece de perlas –del color que sean-, ojo, que cualquier empresa opte al ISO 9001 y, si se lo han concedido a estos lugares, pues mira, pues me alegro. Será gracias a su limpieza, a sus servicios o a la calidad superior de sus orgasmos.
La prueba del inspector
Porque supongo que algo influirá la calidad de los servicios a la hora de premiar uno u otro local. Y está claro qué servicios van buscando los clientes. De este modo, cabe suponer que el inspector del certificado haya tenido que probar, por pura obligación, el producto: “A ver señorita mueva usted el culo. Adelante y atrás. Eso es. Y ahora deme un lengüetazo donde más le inspire. Muy bien. Muchas gracias. La siguiente, aquella mulatona de labios carnosos”.
¿Y los precios? Porque, claro, un servicio de calidad ha de pagarse como tal ¿Deben esperar los clientes un tiarrón de dos metros en la puerta, muy bien vestido, eso sí, y otro más en la habitación contando las embestidas y, cuando llegue a la número equis, sujetar al entusiasmado cliente por las caderas y comunicarle que si quiere más ha de pagar un extra, fregar los platos o ponerse en el lugar de la señorita y satisfacer a un señor de tendencias muy diferentes?